Buenas,
las personas que andamos en el día a día preocupadas por la privacidad no paramos de sorprendernos ante las reacciones que está provocando el último ¿escándalo? de Facebook.
Por un lado, por el hecho de que una noticia que pone de manifiesto los riesgos de entregar tu vida a tal multinacional sea portada en los medios generalistas y de toda índole.
Por otro, por la reacción provocada en tantas personas que aparentemente se dan de baja en dicha red y animan a otras a hacer lo mismo… desde Twitter. Otra empresa con apariencia de red social con las mismas intenciones y por supuesto los mismos riesgos.
No somos optimistas. Se trata de una reacción de pataleta porque se ha descubierto que esa información, bueno, parte de esa información que estas grandes empresas tienen sobre casi todas las personas del planeta se ha utilizado para que el actual presidente de los Estados Unidos de América fuese elegido. Y como Trump está mal visto incluso por quienes piensan y actúan como él, la pataleta contra Facebook no pasa de ser algo temporal que poco a poco se irá diluyendo. Además, en un mundo en que las grandes tecnológicas (sic) pagan millones a algunas personas influyentes para atraer «moscas» a sus trampas en Instagram, Youtube, Facebook (#ohwait!) y similares ¿Quién no puede asegurar que Twitter no esté «promocionando» que personas influyentes entren en su red a decir el espontáneo #deletealaotra?
Los análisis que estamos leyendo sobre el tema por quienes nunca han profundizado o no han querido profundizar en el funcionamiento y riesgos del uso de dichas redes dejan de desear todo lo que se podía esperar.
Hablan por ejemplo de ilegalidad. No. La mayoría de las prácticas son legales porque cada persona que se registra en dichas redes firma un acuerdo que no lee en el que autoriza a las respectivas empresas a saltarse lo que podrían protegerle las leyes.
En el caso del reciente escándalo, por ejemplo, se ha autorizado a Facebook a ceder esos datos que se autoriza a recopilar a terceros para que animen a las personas de derechas a que voten a Trump y desanimen a las personas que dicen no ser de derechas para que no voten a Clinton.
O como lo llaman dichas empresas, les han autorizado para «mejorar su experiencia de usuarias». Pensemos en esta frase cada vez que la leamos, no sea que realmente quiera decir mejorar su experiencia (de las empresas) contra las personas que son usadas por ellas.
Puede ser ilegal, cuando desarrollan y utilizan tecnologías para obtener información de las personas que no están suscritas y que por tanto no han firmado ese acuerdo de haz con mi vida lo que quieras. Pero para eso ya están las agencias de protección de datos que de vez en cuando les ponen multas de unos miles de euros y todas tan contentas.
Me refiero por ejemplo a los mecanismos de rastreo con los que se financian las webs de los medios de comunicación en los que se publican esos artículos. Y que si instaláis un complemento para vuestro navegador como Privacy Badger podéis comprobar a las decenas de sitios diferentes que esas webs están vendiendo vuestra presencia ahí. Bueno, si tenéis esos complementes que bloquean ya no les «cederán tanto». Pero pensad en ello cuando os traten de convencer de algo con sus noticias y opiniones.
Hablan también las «analistas» de la cantidad de datos que sobre cada persona recolecta Facebook. De que el resto de empresas de su grupo como Whatsapp o Instagram también lo hacen y le pasan esa información a la empresa madre.
Vamos, algo así como Google que registra tu actividad y tus dudas mientras crees que usas su buscador y las combina con la información que obtiene de ti y las tuyas mientras publicas o ves lo que han publicado otras en Youtube, subes tus imágenes a «sus fotos» para que apunte quién, cuando y desde dónde accede a verlas, compartes documentos «en su Google Docs» para que apunte quien, cuando y desde dónde accede a verlos (además de leerlos) o le das a leer los correos de todas las personas y colectivos que te escriben a tu cuenta de GMail o en la lista de Google Groups que has creado.
Es curioso que no se hable de Google en estos términos por ahí.
Y sí, es algo así como que ahora toca hablar un poco del escándalo, porque todo lo relacionado con Trump vende. Pero sin pasarnos no sea que las masas o al menos algunas personas empiecen a pensar por su cuenta.
Desde otro punto de vista, el problema es mucho más sencillo y no necesita de sesudas explicaciones ni largos artículos que nadie termina de leer (Sí, touchè! 🙂 ).
En 2004 se tomó la decisión de que las tropas españolas saliesen de Iraq. En medio del revuelo preguntaron a un famoso político el porqué de dicho regreso, y con una de las frases más verídicas y útiles que he escuchado de tales fuentes contestó algo así como: «Mire usted, los soldados vuelven porque estaban allí».
Es decir, lo que se ha podido (presuntamente) hacer con los datos de 50 millones de personas que no tenían nada que ocultar, se ha podido hacer sencillamente porque esas personas habían puesto sus vidas y las de las suyas ahí y en los «servicios gratis» de otras empresas similares. Y la tecnología es una herramienta en manos de quien la usa y un arma contra las personas que son usadas a través de ella. Y cada una de nosotras elegimos de qué lado estamos y las consecuencias que ello traiga consigo.
Reconozco que la tecnología no es cosa fácil de entender. De ahí los esfuerzos en este blog, así como en otros y muchas personas y colectivos por explicarla de forma sencilla. Pero también nos tenemos que plantear algunos dilemas sobre lo que nos creemos y lo que no.
Por ejemplo, imaginamos los teléfonos inteligentes o smartphones como una caja mágica en la que podemos ver cualquier cosa que ocurre en cualquier lugar del mundo, lo que hace o piensa cualquier persona del planeta y «compartirlo» inmediatamente con nuestros familiares y contactos.
Ni nos lo planteamos, pero entendemos que gracias a unas tecnologías que nos parecen Chino podemos ver todo eso. Sin embargo nos cuesta creer que con esas mismas tecnologías en esa misma caja mágica nos estén viendo a nosotras y estén apuntando todo lo que hacemos, decimos, pensamos, dónde estamos en cada momento, con quien, o nuestras predicciones sobre dónde vamos a estar y con quien en las próximas horas o fechas.
Descartamos también la idea de que haya tecnologías capaces de cruzar esa información y poder manipularnos, coaccionarnos o utilizarnos.
Hemos, entendido, o mejor dicho nos hemos creído, que la información que tienen sobre nosotras es para ponernos anuncios. Lo que en unos casos es bienvenido por personas que están deseosas de gastar el dinero que tienen en comprar más cosas y por otras parece no importarles porque apenas prestan o creen prestar poca atención a dichos anuncios.
Nos cuesta creer que esos anuncios que aparecen en nuestras pantallas en realidad nos están viendo a nosotras de forma similar a como una cámara frontal o un micrófono en nuestro ordenador, teléfono, televisión o juguete es capaz de enviar lo que escucha y ve. Nos cuesta creerlo aunque sea la misma tecnología con la que nosotros podemos ver en sentido contrario aunque no entendamos como.
Podemos creer que nos den gratis un montón de aplicaciones muy útiles, muy atractivas y fáciles de usar. Podemos creer, si leemos un poco, que esas aplicaciones necesitan de miles y miles de personas para mantenerlas, de enormes centros con miles de ordenadores repartidos por todo el mundo, de enormes consumos de recursos y electricidad solo al alcance de grandes multinacionales. Podemos creer que se gasten millonadas para que yo pueda tener esas maravillas «gratis» en mi teléfono u ordenador, pero nos cuesta creer que vayan a obtener algo de nosotras a cambio.
Parece lejano, como que va a afectar a otras personas. Como mucho a lo mejor a las que votan a Trump… o bueno, a lo sumo también a las que iban a votar a Clinton. Nada que ver conmigo. No a mi. Ni a mis contactos. Ni a mis seres queridos. Ni a mis compañeras.
Si seguís sin terminar de poder creer el otro lado de la moneda os reto en su lugar a unos ejercicios de imaginación.
¿Os imagináis que Facebook hubiera filtrado más información que la que acabamos de conocer pero no lo supiéramos? Que fuera la propia Facebook la que utilizase esa información para manipularnos sin necesidad de cedérsela a nadie. Que esa información llegase a manos de mafias que se conformasen con extorsionar a personas o colectivos.
Que lo mismo ocurriese con la información que estamos entregando a Google. Y a Twitter. Los «whatsapps»…
Todo eso no sería posible si esa información y esos metadatos no estuvieran donde están. Si nosotras mismas no los subiéramos.
Como decían al final de la película Abre los ojos: ¡Abre los ojos!
Consejo: Toma tu ordenador, teléfono, etc. (Y no al revés)
Saludos,
Colegota